viernes, 18 de febrero de 2011

Obsolescencia programada

ALAI, América Latina en Movimiento

2011-02-10
El mundo de la producción moderna se hizo a la teoría de la obsolescencia programada, «motor secreto de nuestra sociedad de consumo» para justificar una tal dinamización de la economía, en especial la generación de fuentes de empleo. El concepto significa que todo producto tiene que tener una vida útil. Declaración, si se quiere, de su muerte. Nada tendrá larga duración, más bien vida limitada, fecha de caducidad. Se fabrica para que las cosas no duren. Sí, así como se lee, todo producto tiene que durar poco, dañarse más pronto que tarde. Fue tarea obligada y encomendada a ingenieros y diseñadores para acortar la vida de los productos. Se les encarga que hagan comprar con frecuencia y repetidamente. «Un producto que no se acaba es una tragedia para el capitalismo». De allí el cartel de las patentes de los inventos, que regulan el mercado, la competencia. Para una mayor ilustración puede verse el video en internet hecho por la televisión española.
Quizás se tenga memoria alguna de productos que antes duraban más que en estos tiempos modernos. El video en mención trae ejemplos tales como el de una bombilla eléctrica que ya cumplió un siglo, mostrando que si es posible la producción de larga duración. Con la política de la obsolescencia programada se delimitó la vida de bombillas a unas 1.000 horas, y no por años. Otro ejemplo es un chip instalado en las impresoras para que no dejen de funcionar después de haber impreso un determinado número de copias. Sin este chip la duración sería casi ilimitada, al menos no tan corta. Otro es una nevera de producción alemana, que duraba más de 20 años. Un Pleito reciente fue el de las baterías de ipod, la querella logró que se alargara su vida útil de 1 a 2 años. Y La estadística que se tiene para que una persona cambie de celular es de 12 a 18 meses.
Los consumidores comprarán un producto no por necesidad sino por diversión, por placer. Esto es obra del mundo de la economía. Y para ello cuenta con el concurso de los tecnólogos sociales, los sicólogos. Ellos impulsan, empujan la locomotora del consumo. La manipulación compulsiva de la frágil existencia humana. ¿Han visto muchos espejos en los supermercados en las secciones femeninas? ¿Saben para que son? Para que observen repetidamente sus cuerpos. Y al hacerlo repetidamente les crea inseguridad, baja autoestima. Y ¿entonces? A la mano tendrán un labial y miles de cosméticos más, por ejemplo. ¿Y la música clásica en las secciones de licores? De seguro, los señores decidirán un licor fino y costoso. Otro tanto sucederá con los olores que estimularán compras de comida. La tarea: promover el consumo ilimitado, que no se detenga. Para solucionar la desgracia de las personas. De esas que van y vienen alrededor de los centros comerciales, como ratas de alcantarilla.
Templos del consumo son los centros comerciales, una ciudad dentro de una ciudad. «allí se encuentra lo que en cualquier ciudad, tiendas, personas que pasan, que compran, que conversan, que comen, que se distraen, que trabajan…». (Saramago: 2003, página 333) Estos centros se presentan como solución a las desgracias de miles y miles de personas que andan por ahí deambulando en las calles, infelices. Y cada vez son mas pocas las que los rechazan. Y son estos templos que exhiben la producción industrial en serie, se produce rápido y con la misma velocidad se deshecha. Así se convierte en escombros el trabajo artesanal, gracias a su reemplazo de consolas, video juegos. Millones de artesanos son arrastrados a la ruina. Lo que ha dejado de tener uso se tira (a la basura), incluido las personas. Es la lógica del mercado.
José Saramago en su novela La Caverna, bien refleja este mundo. En lo subterráneo del Centro Comercial, hay seis cadáveres y alrededor unas sogas que delatan que antes estaban atados a un banco de piedra. Y así murieron. Tales muertos son una revelación, son también todos los que habitan el centro comercial, somos todos nosotros. Por ello, el personaje Cipriano Algor decide abandonar el centro: «Comprendo que aquellas hombres y aquellas mujeres son mucho más que simples personas muertas (…) no voy a quedarme el resto de mis días atado a un banco de piedra y mirando a una pared…» página 437.
A este mundo mercantil siempre tendrá oposiciones, un rebelde que tome conciencia, como Cipriano, que echa al carajo el encierro del toda una vida al que lo querían someter en el Centro Comercial. Si existe el destino, este no será inmodificable. No hay miedo de hambrunas ni de mañanas inciertos. Otras formas habrá de entretener la existencia. La vida es un ir y venir. «Habiendo vida hay esperanza.»
- Mauricio Castaño H es Historiador

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